En Tilcara nos despedimos de nuestras compañeras biciclas, disfrutamos los últimos días de la Quebrada de Humahuaca, con sus formas seductoras, sus colores centenarios y ese azul intenso y profundo del cielo en la altura, y emprendimos el regreso a Carlos Paz, ciudad que nos viera partir 9 meses antes.
El "regreso a la civilización" tenía preparados para nosotros placeres que pudimos apreciar de forma privilegiada, y lo digo porque nadie puede sentir su cuerpo hundirse levemente en un colchón mullido y rozarse con las sábanas suaves y livianas con tanto goce como aquél que ha dormido durante largo tiempo el suelo. Y además estaban la cocina, el baño, la ducha caliente, el sofá y sobretodo personas a nuestro alrededor con quienes pasar lindos ratos alrededor de un asadito, un mate o unos ñoquis caseros (que aprendí a preparar!!!).
Pero de la misma manera que durante el viaje extrañamos todos estos placeres y a las personas que íbamos dejando atrás, ahora estamos empezando a echar en falta a nuestras bicicletas, que a pesar de quejarse de vez en cuando, cada mañana nos esperaban dispuestas a llevarnos por cualquier ruta a hermosos lugares, todos por descubrir, y pedalear caminos, montañas, cielos y brisas. Pero bueno, como extrañar implica que uno ama lo que extraña, no es un sentimiento para nada amargo y llevamos este viaje con nosotros con mucha alegría.
Pasamos casi un mes de relax en Carlos Paz y allí empezamos a planear este pequeño epílogo de nuestra aventura en las Cataratas de Iguazú y el noreste argentino. El viaje en si, por más que ya no fue a golpe de pedal, igual se presentó bastante durito por nuestra convicción de seguir con la política de bajo presupuesto (y porque el presupuesto efectivamente es bajo).
Tomamos el tren desde Córdoba hasta Buenos Aires (24 horas, piquete incluído) y al día siguiente desafiamos los transportes públicos en la hora punta porteña para ir a tomar otro tren hasta la capital misionera de Posadas, fueron 35 horas pero por suerte el tren no descarriló ni se prendió fuego la cabina como ha sucedido en otras ocasiones.
Llegamos a Posadas en las últimas horas de la noche, pero por más que no se veía nada, en seguida supimos que habíamos llegado a la selva por el intenso olor a verde y a tierra mojada que nos envolvió al salir del tren. Y sólo fuero 5 horas más de coelctivo para llegar por fin a Puerto Iguazú. Y desde allí a disfrutar de la selva paranaense!
Casa de botellas (hay gustos para todo)/ La Aripuca (construida con troncos centenarios provenientes de la tala de árboles para la agricultura)
Primero nos fuimos a ver las cataratas desde Brasil (y de paso renovamos mi visa para no convertirme en ilegal). El parque brasileño nos pareció de entrada muy aparatoso, con todo muy preparado y sin lugar para lo agreste que tanto nos gusta. Pero la verdad es que la vista de las cataratas lo deja todo en un segundo plano porque de una manera u otra nos sentimos privilegiados de poder disfrutar de este lugar tan especial.
Foç do Iguaçú / Llegada al parque brasileño (noten que tenemos un pequeño intruso posando para la foto)
Se ve el río Iguaçú desde abajo y es como si enmedio se hubiera abierto una grieta por donde se precipitan toneladas de agua por segundo. El sonido es ensordecedor y son tantas las gotitas que salen despedidas en el impacto que la luz tiene que hacer verdaderas peripecias para llegar a iluminar el espctáculo, y así se crean los arcos iris que a veces parece que vayan a cerrar circulos completos.
Si desde Brasil vimos las cataratas desde abajo, a través de los senderos argentinos llegamos a ponernos justo encima de manera que el viento nos traía en fuertes ráfagas la famosa lluvia horizontal que nos dejó empapados de agua, imágenes y sonidos.